El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde
Gabriel Miró
“Sonia espera para pagar en la cola del supermercado. En el carrito de la compra está sentado su hijo Carlitos, un angelito de tres años. Junto a la caja registradora hay un panel del que cuelgan enormes bolsas de gominolas. Como están ahí para que Carlitos las vea, las ve. “Mamá quiero”, dice Carlitos señalando la más grande de las enormes bolsas. “No, hijo, ya te has comido una piruleta esta tarde, en cuanto lleguemos a casa vamos a cenar”. Carlitos repite: “mamá quiero, quiero, quiero...”.
Y con cada “quiero” y el silencio de su madre, arruga el rostro y compone un gesto de profunda decepción. Comienza a llorar. Patalea. Golpea con el puño el asa del carrito. Grita: “¡quiero!”. Berrea: “¡Quieeeero!” Todo el supermercado contempla la escena, no alarmados, curiosos nada más. Sonia mira a su alrededor. Carlitos no se calla. No se calla hasta que, de repente, una mano, la mano nerviosa de su madre, le mete una gominola en la boca. En silencio y con orgullo, Carlitos mastica su victoria”.
Alrededor de los dos años, los niños empiezan a sentir que el mundo es un lugar grande y abrumador, y los deja inseguros de sí mismos y de sus esfuerzos e independencia arduamente ganados.
Ahora, él se contradice: quiere ponerse la ropa que él quiere o no acepta a vestirse, comer, ir al parque y ver la tele, o todo a la vez.
En primer lugar debemos aclarar que las rabietas son conductas absolutamente normales, y que por lo tanto no deben ser motivo de preocupación. Su aparición puede demorarse más o menos, pero en algún momento todos los niños ofrecen este tipo de respuestas.
Desde que son muy pequeños los niños aprenden que el llanto es uno de los mejores recursos para reclamar la atención de los padres (de hecho, durante cierto tiempo es el único medio del que disponen).
El problema surge cuando el niño lo utiliza intencional e indiscriminadamente para obtener ciertas recompensas. El niño quiere conseguir algo. Bien porque sus padres se lo niegan, bien porque el niño anticipa esa dificultad, y recurre al llanto y al enfado desproporcionado como respuesta a la frustración de sus deseos.
Cuando el niño obtiene lo que ansía de los padres (su recompensa), deja de llorar, recompensando así a los padres que ven con alivio como desaparece la incómoda conducta del niño. Así, el niño domina la situación y dirige la solución de los conflictos.
De esta forma se crea un mecanismo que, de no evitarse a tiempo, será difícil desmontar. Si estos procesos de recompensa no se encauzan adecuadamente, la personalidad del niño se inclinará inevitablemente hacia la impulsividad, el egoísmo, la intolerancia y la manipulación.
El comportamiento de oposición es a menudo una parte normal del desarrollo de los niños de dos o tres años.
Las rabietas son más fáciles de reconocer que de definir. En algunas ocasiones, el niño, que no consigue algo que quiere, comienza a llorar, gritar, patalear y se tira al suelo. Eso es una rabieta. Dicho de otro modo, las rabietas son comportamientos coléricos mediante los que el niño manifiesta su incapacidad para hacer o conseguir algo que desea. Se consideran una parte normal del desarrollo del niño de 1 a 3 años y la tendencia es a la desaparición hacia los 4 años. Una rabieta es una forma inmadura de expresar ira o enfado. Aunque usted tenga un carácter muy dulce y sereno, su hijo probablemente tendrá algunas rabietas.
Las rabietas aparecen cuando las emociones negativas de ira o frustración exceden de la capacidad del niño para controlarlas. En los niños pequeños, hay un conflicto entre sus deseos de autonomía y las limitaciones que se le imponen a una edad en la que no posee un desarrollo suficiente del lenguaje, para poder expresar con palabras sus necesidades o sentimientos. Esto le crea frustración y estrés emocional. Qué vestir, qué meterse a la boca, adónde ir y cuándo marcharse son muchas de las decisiones que los niños pequeños querrían tomar independientemente pero que no pueden hacer.
En los niños mayores, las rabietas pueden ser una conducta aprendida, reforzada por la adaptación de los padres o, paradójicamente, por la intensa atención negativa que despiertan.
El temperamento desempeña un papel importante Los niños nerviosos tienden a expresar sus sentimientos dramáticamente, es probable que los niños con pautas de sueño o de apetito irregulares encuentren sus necesidades frustradas más a menudo.
Las rabietas pueden asociarse con un cierto número de factores ambientales: el estrés familiar, la depresión de los padres, los castigos corporales frecuentes y la incapacidad de marcar límites firmes. Muchos niños siguen teniéndolas porque tuvieron éxito con rabietas anteriores.
Las alergias e infecciones respiratorias recurrentes, los trastornos del sueño, las pérdidas de audición, los retrasos del lenguaje y el trastorno del déficit de atención con hiperactividad (TDAH) se asocian todos ellos con un aumento de las rabietas. Las rabietas también pueden estar incrementadas en el autismo, en las lesiones cerebrales traumáticas y en el retraso mental grave.
Ignorar es una manera efectiva de impedir las rabietas o, al menos, de evitar reforzarlas. Debemos saber, que cuando empezamos a ignorar las rabietas, éstas pueden intensificarse durante un período de días o semanas antes de empezar a ceder.
Si no se logra controlar la rabieta, y la situación lo permite, se puede adoptar una actitud de indiferencia y hacer como que se ignora la conducta del niño, para lo cual no debe manifestarse enfado, ni deben hacerse promesas o proferir amenazas. Porque el niño, con la rabieta, pretende llamar la atención y si hacemos todo eso, aunque no consiga aquello que motivó el berrinche, de algún modo habrá salido ganando y, sin querer, podemos reforzar ese comportamiento o sea le "enseñaremos" a tener más rabietas.
Algunas instrucciones específicas sobre cómo ignorar una rabieta, por ejemplo: «Sepárese a dos pasos. Continúe haciendo lo que estuviese haciendo. No hable o hable sólo con un tono de voz neutral. Si su hijo está cerca de un objeto peligroso, mueva al niño o al objeto. No deje que el niño se haga daño o cause daño a nadie».
Muchas de las rabietas del niño tienen como objetivo primordial una simple llamada de atención, aunque se presenten enmascaradas bajo otras peticiones concretas (como una bolsa de gominolas).
No olvidemos que los medios de que dispone el niño pequeño para interactuar con nosotros están aún por elaborar y perfeccionarse, de ahí que en ocasiones recurra a algo tan sencillo como el enfado desproporcionado simplemente para decir: “estoy aquí, hazme caso”.
Cuando los padres intuyan que se trata de una llamada de atención inapropiada, deben dejarle claro lo inadecuado de su conducta, ¿cómo?: -no prestándole atención, ignorándole-. También en este caso es importante no ceder al final, porque si no, el niño aprenderá que manteniéndose en su posición obtiene los beneficios que persigue.
Si la "escena" ocurre en un sitio público, procure llevarle a un sitio tranquilo y si fuera necesario contenerle físicamente porque presente una actitud violenta, procure sujetarle pero sin hablarle ni mirarle.
Es muy importante perseverar en la decisión adoptada hasta el final, hasta sus ultimas consecuencias. Por ejemplo, si se ha decidido que aquello que el niño pide es inadecuado, los padres se mantendrán firmes en su decisión con independencia de las respuestas del niño.
No haga caso a las rabietas motivadas por el deseo de llamar la atención o exigir algo. Los niños pequeños pueden tener rabietas para salirse con la suya. En las rabietas para llamar la atención el niño puede gemir, llorar, golpear el piso o la puerta, cerrar una puerta con violencia, o contener la respiración. Mientras su hijo permanezca en un solo lugar y su comportamiento no sea destructivo, usted puede dejarlo tranquilo.
Si usted reconoce que un evento en particular va a hacer que su hijo pierda los estribos, trate de desviar su atención hacia alguna otra cosa. Sin embargo, no ceda ante las demandas de su hijo. Durante la rabieta, si el comportamiento del niño es inofensivo, ignórelo por completo.
Una vez que ha empezado, una rabieta rara vez puede ser interrumpida. Aléjese, incluso yendo a otro cuarto para que el niño ya no tenga quien le escuche. No trate de razonar con su hijo. Simplemente dígale: "Veo que estás muy enfadado, te dejaré solo hasta que te calmes”. Deje que el niño recupere el control. Después de la rabieta, asuma una actitud amistosa y trate de normalizar las cosas. Usted puede prevenir algunas de estas rabietas diciendo "No" con menos frecuencia.
A veces es difícil, pero se debe crear un clima de tranquilidad en torno a la situación, es decir, mantener la calma y el control. No regañar, ni gritar al niño porque, además de no solucionar nada, genera más inseguridad y constituye un mal ejemplo. Evite pegarle porque esto indica al niño que usted ha perdido el control. Tampoco hay que intentar razonar con el niño, porque en ese momento no nos escuchará. El niño no debe percibir que su conducta altera a sus padres, que les incomoda, que existe una discordancia entre lo que sienten y lo que dicen. No podemos enfadarnos y, gritando, aclararle: “¡no me importa cómo te pongas, así no vas a conseguir nada!”; porque estamos mostrando que “algo” sí ha conseguido.
Por supuesto, no debe concedérsele lo que quería, para no reforzar su conducta, como tampoco conviene ofrecer premios o recompensas para que abandone su rabieta. En las fases iniciales, un pequeña dosis de humor y, si es posible, intentar distraer al niño desviando su atención hacia otra actividad u objeto, pueden ser de mucha utilidad.
El castigo es uno de las medidas más frecuentes y, por ello, debemos emplearlo con cuentagotas y cautela. En primer lugar porque un castigo repetido muchas veces pierde su poder sancionador y corrector. En segundo lugar porque el castigo como respuesta ante una rabieta puede convertirse en un arma de doble filo. Con el castigo, aunque parezca que el niño lo aborrece, estamos dedicándole toda nuestra atención y, aunque no consiga lo que quería (muchas veces algo insignificante), sí logra convertirse en el centro de todas nuestras miradas.
Por extraño y paradójico que parezca, el niño acabará acostumbrándose al castigo y, lo que es peor, buscándolo como “recompensa afectiva”. El castigo tiene efectos pasajeros; a base de castigos no eliminamos la conductas inapropiadas de las rabietas que por instaurarse como un patrón de comportamiento, son conductas que persisten en el tiempo.
Asegurarse de que las rabietas no amenazan la autoestima del niño, evitad declaraciones humillantes después de la rabieta. Los padres deben hablar de «perder el control» en lugar de «portarse mal» y evitar hablar mucho de la rabieta después.
Una vez que se ha pasado el berrinche, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad y afecto, pero sin mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo inadecuado de su comportamiento.
Reforzar los comportamiento positivos. Es decir, entre otras cosas hacerle caso y alabarle cuando su conducta es la adecuada. Es niño busca la atención de sus padres y si la consigue sobre todo cuando hace "cosas malas", le estaremos indicando que ese es el comportamiento que debe repetir para conseguir que le dediquemos más tiempo.
Para las rabietas de tipo perturbador o destructivo, utilice suspensiones temporales. Algunas veces las rabietas son demasiado perturbadoras o agresivas para que los padres las pasen por alto: Se cuelga de nosotros, nos pega, tiene una rabieta en un lugar público, rompe cosas... Sujete al niño cuando tenga rabietas en las que podría causar daño o lastimarse. Si su hijo ha perdido totalmente el control, usted podría sujetarlo. Perder el control probablemente atemoriza al niño. Sujételo también cuando tenga rabietas durante las cuales podría lastimarse (como cuando se arroja violentamente hacia atrás).
Tome al niño en sus brazos, dígale que usted sabe que está enfadado y muéstrele, con su ejemplo, la manera de dominarse. Téngalo en brazos hasta sentir que empieza a relajarse. Esto generalmente requiere de 1 a 3 minutos. Luego, suéltelo. Esta respuesta reconfortante raras veces es necesaria después de los 3 años de edad.